jueves, 20 de diciembre de 2012

De los libros "Cuadernos de Salónica" y "Xarxa D' Aranya"

El año del pulpo

I

Entonces entendimos
que estábamos perdiendo el tiempo
Vimos las sombras danzando sin la luz de una hoguera.
Oscuridad sobre oscuridad, ardientes silencios de las multitudes ciegas-sordas.
Vimos los santos llorar como santos, los demonios claros como amaneceres y los llantos rubios de botellas de cerveza. Todo era claro como la confusión. Partieron las horas y los amigos se fueron como soplos bajo las llamas oscuras y los bosques inmensos y sin flores/

ya éramos felices de ser tristes.


Del libro Cuadernos de Salónica de Mauricio Molina Delgado
Poesía costarricense
ISBN: 978-9968-665-07-0
© Ediciones Espiral
© Colección fin del mundo
3000 colones



Infortunado elogio a la paloma

Mira
la paloma padre
es la misma y no.

Mira con qué ferocidad
bombea sus diminutos mecanismos de pájaro,
intrépida,
casi demencial
emprende su renovado viaje
por la delgada escala del aire
sube, sube, sube
reta sin deparo
la escueta expectativa de su sangre.

Un peldaño remonta cada jornada
pero no logra descifrar
en su necio intento
el laberinto que de la tierra
hemos hecho.

Un poco más se eleva cada día
y es,
cada día,
un poco más vieja.

Como nuestra memoria
padre.


Del libro Xarxa D' Aranya de Melvyn Aguilar
Poesía costarricense
ISBN: 978-9968-665-10-0
© Ediciones Espiral
© Colección fin del mundo
3000 colones

 

lunes, 17 de diciembre de 2012

Para estas saturnalias

Regálese un buen libro de poesía y obséquiele a sus seres queridos la colección fin del mundo



viernes, 14 de diciembre de 2012

Catálogo de la colección fin del mundo

Este es el catálogo de la colección fin del mundo,
aprovechen estas fiestas y regalen poesía a sus seres queridos.
De venta en todos nuestros puntos de distribución, y por pedido.




martes, 11 de diciembre de 2012

Palabras sobre "Cuadernos de Salónica" de Mauricio Molina

Presentamos las palabras de Carlos Cortés sobre el libro Cuadernos de Salónica de nuestro querido Mauricio Molina Delgado. Agradecemos profundamente a Carlos por el texto que leyó la noche de la presentación en la Alliance Française San José, que lo disfruten como nosotros lo hicimos.
Cuadernos de Salónica forma parte de la Colección fin del mundo, adquiéranlo ya.



Cuadernos de Salónica, por Carlos Cortés


El filósofo Bertrand Russell dijo que en su juventud decidió no matarse para aprender matemáticas. Aunque para muchos de nosotros las matemáticas sean una forma de suicidio, para otros son parte de la vida y contienen la explicación secreta del universo, como en la numerología mística o en la cábala. Un soneto -14 versos por 11 sílabas, aunque pueden ser más o menos- representa todos los poemas del mundo y su interminable juego de combinaciones y de posibilidades. Una palabra contiene las demás palabras, sonidos y significados.

¿Las matemáticas pueden abolir el azar? Después de la abdicación de Dios como rey del absoluto, emancipados del destino o incluso de la voluntad humana, con la posmodernidad, ¿solo nos queda el azar como refugio ante la contingencia? Mallarmé, tipógrafo y poeta, al inventar el poema espacial –que se va haciendo a sí mismo mientras se dice y se desdice, se lee y se relee-, con Un coup de dés (“Un golpe de dados jamás abolirá el azar”), es el primero en plantearlo en la historia de la poesía occidental. Un coup de dés está escrito como una partitura musical o un juego de dados. Dibuja en la página un golpe de dados en caracteres tipográficos negros y espacios en blanco, en el mar infinito de todos los indicios, en la variable constelación de probabilidades, y el resultado no está escrito en el papel sino en los ojos improbables del lector.

Mauricio Molina, ajedrecista, mitólogo, ludófilo, coleccionista de símbolos y cabalista reconvertido en estadístico, retoma esta idea en Cuadernos de Salónica mientras hace jugar a la vida una partida de ajedrez, de naipes, de dados o de dominó para entretener a la muerte. Como dijo Derrida de Mallarmé, “el juego es aquí la unidad del azar y la regla, del programa y de su resta o de su exceso”.

Todo es juego, como se nos indica en el epígrafe de Wittgenstein que encabeza el libro, pero es un juego donde está de por medio la vida. “Esto es lo más hermoso que nos quedó de lo más terrible” nos dice Mauricio en el poema “Venecia”, en una de las mejores definiciones de su libro. “Esta es la visión de los diluvios que nos ha quedado” se dice al principio y añade más abajo: “Tal vez fueron los restos de la pestilencia hechos belleza”.

Tiramos las cartas, movemos las fichas o desplazamos las piezas, blancas o negras, igual como Scherezade logra aplazar su ejecución al contar una historia, hasta el día siguiente, en Las mil y una noches, o el caballero cruzado pospone la muerte al jugar ajedrez con ella en la película de Bergman, El séptimo sello.

Pero en realidad ignoramos lo que ocurrirá porque nos está velada la posibilidad de ver el reloj y su cuenta regresiva, la vela a punto de extinguirse que descubre Macario en la caverna de la muerte, en la película mexicana del mismo nombre, que es su propia existencia, entre millones de llamas ardientes que representan otras tantas vidas humanas. Todo está escrito en el Libro, dicen los árabes, pero da igual, ya que no lo sabemos.

Me gusta la poesía de Mauricio por su precisión demorada, no en balde Flaubert compara la lírica a la geometría, en Madame Bovary, y porque parece haber sido escrita con esa rara cualidad órfica que tiene la buena poesía de preexistir, de ser ontológicamente, como si hubiera sido escrita antes de la escritura o de las palabras.

Como en todos sus libros anteriores, libros de otros libros, llenos de intertextos, Cuadernos de Salónica es varios a la vez: es un canto de proclamación de la vida, un breve tratado sobre la fugacidad del tiempo, un juego de probabilidades en torno a la felicidad humana –un golpe de dados jamás abolirá la incertidumbre existencial- y un diario de viajes por Europa, Turquía y, en especial, Grecia.

Los poemas intentan apresar la emoción a través de la memoria. Pero no se trata de recuerdos (“viajeros exhaustos de extraños países”) sino de la transformación de la experiencia subjetiva en una vivencia estética y en un acontecimiento que trasciende el individuo y sus circunstancias particulares. Es decir, en memoria fermentada, decantada por la iluminación poética. Esa es la diferencia, a mi modesto entender, entre un contador de palabras y un verdadero poeta.

Sin embargo, aunque la poesía parezca o quiera ser precisa, la vida está escrita en borradores sucios y se sitúa en la encrucijada entre la realidad y el deseo, la paulatina sensación de pérdida y la intensidad de la nostalgia, la imaginación infinita y el escueto diccionario de sinónimos al que se reducen las intenciones.

¿Cómo apresar, por lo tanto, la esencia de las cosas? “En Velarios” (se nos dice en el poema “Playa”), “una medusa que flotaba entre las olas. Una medusa que flotaba, fluorescente entre las aguas oscuras y luego se perdía en las mareas. Pero una medusa es algo tan difícil de pensar. Aquello que no podemos retener en nuestras manos, ¿cómo podemos siquiera darle un nombre?”

El tiempo le da nombre definitivo a los hechos y siempre es momentáneo, por eso es que la poesía es la percepción de un instante (como el I Ching). La engañosa telaraña de las palabras intenta aprehender lo inaprensible, lo que siente un niño delante del mar, o tres figuras desnudas “dibujando… en la arena”, “como sabios ignorantes que desconocen la llegada del día siguiente” (“Todo lo que entonces nos esperaba y nosotros sin saberlo”), o una mujer asustada bajo una lluvia de asteroides en Cahuita, o “un cuerpo que carece de lugar” en Salónica, y que Mauricio compara con la fragilidad casi intangible del papel.

Sus poemas, sus hermosos poemas están llenos de aviones, barcos, corazones y pájaros de papel que sucumben ante el azar (poema “País”) de su propia ingravidez de origami. ¿La materia, tan provisional y perecedera como nosotros, nos concede algún indicio de inmortalidad?, como se pregunta el poema “Detalles sobre un mueble cualquiera”.

El tiempo y sus nombres son los verdaderos personajes de este libro. El tiempo y cómo se transmuta, poco a poco, en memoria y desmemoria. El tiempo ajedrezado de la segunda parte del volumen, Alfonso el Sabio juega en una mesa, el del sol “que se mueve con la lentitud de los relojes cuando las palomas descansan sus largos viajes”, el de los pájaros (“En las pinturas se quedan descansando suspendidos en el aire como manchas negras”), el de la naturaleza (“El símbolo del tiempo que pasa y del que se queda quieto. La flor es el animal en cloroformo”), el de la lluvia (“Pedazos de relojes oxidados”, “Yo miraba la lluvia con miles de gotas que nunca caían”), el del agua detenida (“un reloj que se derramaba como un lago de hielo”), el de las ciudades de la pestilencia (“Algo suspende el tiempo cuando el tiempo ya no existe”), el de las palabras entre los amigos (“El cielo se convierte en un vagón que lentamente se detiene y deja pasar la noche”). El tiempo perdido y el azar recuperado.

Los dos primeros poemas de Cuadernos..., magníficos ambos, “El año del pulpo” y “Venecia”, revelan esta dicotomía del ser, del arte de existir. De algún modo existimos dejando de existir (“El año del pulpo”, primera parte):


“Entonces entendimos que estábamos perdiendo el tiempo


“Vimos las sombras danzando sin la luz de una hoguera. Oscuridad sobre oscuridad, ardientes silencios de las multitudes ciegas-sordas. Vimos los santos llorar como santos, los demonios claros como amaneceres y los llantos rubios de botellas de cerveza. Todo era claro como la confusión. Partieron las horas y los amigos se fueron como soplos bajo las llamas oscuras y los bosques inmensos y sin flores/


ya éramos felices de ser tristes.”


La condición humana consiste en este carácter de ser para la nostalgia, de ser homo nostalgicus, “felices de ser tristes”, de extrañar lo que siempre estuvo perdido, aunque la única manera de apropiárnoslo, de humanizarlo, es perderlo, extraviarlo en el laberinto de los sentimientos. En el poema “Venecia”, esta perspectiva de lo irremediable se extiende hacia la civilización y la decadencia cultural (“Venecia”).

“Venecia” es tanto una ciudad –carnaval en época de peste, como decía Pushkin- como una memoria de mármol y apocalipsis. En ella todo es juego, todo es pasado, todo es muerte, “y el dominó espera sobre las paredes de un cuarto / a que un golpe de dados descifre tu mensaje oculto de azar”.

En Cuadernos de Salónica, Mauricio accede a un tratamiento más directo de la experiencia. Tres extraordinarios poemas atestiguan esta transición en la que la narración está rigurosamente desprovista de armaduras retóricas para revelar su verdad esencial y su potencia simbólica y conceptual: “Estes Park (Rocky Mountains, Colorado)”, “Skópelos” y “Una plegaria por Thomas Bayes” -.

¿Es posible la felicidad humana? Es un juego de probabilidades, como quería Bayes y parece recordarnos Mauricio con un puñado de versos inolvidables. Como dijo el psiquiatra Ronald Laing en Nudos: “Ellos juegan un juego. Ellos juegan a no jugar un juego. Yo debo jugar el juego de ellos, que consiste en no ver que yo veo el juego”.

Nosotros jugamos un juego y aplazamos la muerte jugándolo. ¿Somos nosotros los que jugamos nuestro juego o alguien más lo juega por nosotros? Para terminar llega hasta mí la desnuda y esplendorosa sencillez de unos versos de “Corazón”: “El tiempo es una mujer que convierte nuestras almas en vino y nuestro vino en agua”), que es una extraordinaria definición de la poesía. Un golpe de dados, que es este libro, en caracteres negros sobre papel blanco, abolirá el silencio.



                                                                        Alianza Francesa, 4 de diciembre de 2012

lunes, 10 de diciembre de 2012

jueves, 6 de diciembre de 2012

Sobre "Xarxa D' Aranya"

Presentamos tres textos sobre el nuevo libro de Ediciones Espiral Xarxa D' Aranya de nuestro querido Melvyn Aguilar, sirvan pues como abrebocas, ya está el libro en Libros Duluoz y  pedidos al número 8828-0986. A partir de la otra semana en Librería Universitaria.




Tronco, olla y fogata: la voluntad poética de Melvyn Aguilar. Por Alfredo Trejos. 


Hay una brevedad vegetal y un lejano rumor de fábrica en estos poemas. Hay una siniestra, humana, inconformemente humana urgencia por el hallazgo y la invención en esta poesía. La leés y de inmediato te impresiona que, aun ante un panorama anímico agrietado, surja un sistema de eventos que te recuerdan una y otra vez que estás vivo, que no abjuran de la existencia en un pesimismo tanguero y pelado, como muchas veces pasa.

Por esas cosas, por andar en cosas de dudoso provecho material pero profundamente bellas y útiles a la hora de ver qué rayos hice con el mundo, puedo decir que conozco la poesía de Melvyn Aguilar. O lo podía decir con total solvencia hasta hace unos días. La gran mayoría de poemas que componen Xarxa D'Aranya me han sorprendido por la perspectiva que Melvyn ha ganado en su registro. Siempre amparado al mundo de los clásicos, de lo fantástico, de lo endemoniadamente culto, en este libro hallé un gratísimo giro hacia la inmediatez, hacia lo cotidiana sopa fría, hacia el pan recién trinchado. Acudiendo siempre a sus queridos Martínez Rivas, Ducasse, Panero, por mencionar solo algunos, se da un festín de plasticidad nombradora, bautizante; escucho en su voz la voz de barrio proletario de las enciclopedias, la voz del oficiante salvaje que derrama agua bendita sobre aquello que hasta hoy se llamó tronco, olla, fogata para rehabilitarlos como símbolos. Entonces ese tronco, esa olla, esa fogata, son enzimas sensoriales para desencadenar el mundo una y otra vez que el autor se percata de que todo aquello que lo rodea ha perdido tono, ha envejecido, quizá hasta ha muerto.

Xarxa D'Aranya es un estironazo estilístico para Melvyn Aguilar. Diríamos: llegó algo tarde. Pero no lo creo. Creo en cambio que Melvyn se ha dosificado muy bien en su búsqueda de madurez, de tierra firme. Incluso diría que ha sostenido un acento de consumación con suma valentía hace años. Hoy, este libro viene a ser el informe de todos esos años en los que se la ha pasado –me consta- percutiendo el fulminante de las esquinas y la deshora. Hoy estos son los resultados: una densa máquina poética que expulsa un humo rojo, casi sanguíneo, un juego de mesa poético de reglas mutables, ambiguas y deslumbrantes, un estudio casi cartográfico de sus grandes motivaciones creadoras.

Es hermoso cómo Melvyn no deja de incitar a sus motivaciones a manifestarse más allá de la línea, más allá de la recurrencia. Todos los poetas lo hacemos pero la franqueza y el afán propiciatorio con que el autor de Xarxa D'Aranya lo hace es convincente al punto de despertar complicidades abandonadas con rencor hace tiempo por deslealtad, por hastío, por negligencia. Esto es real nostalgia, tocar duro a la puerta dibujada.

Una construcción escénica desbordada y mortificante tiene este libro. Desde el inseguro nido de un Roberto Bolaño que hace lo que puede no para crear sino para mantenerse con vida hasta las selvas asfaltadas y leñosas del hombre común que se reconoce en una herramienta rota colgando ahí en la afiladuría, Xarxa D'Aranya abarca, o barre quizá, un gran campo de estímulos, un horizonte esférico.

Este delirio de nombre extraño debe leerse limpia y detenidamente. Tomarlo a bulto es una ligereza, un avance febril. Su naturaleza y su lenguaje van hombro con hombro, síntoma de buena literatura. De la que no se aprende a hacer acá no más ni así no más. Su naturaleza y su lenguaje jamás se pierden de vista. Créanme que lograr algo así es difícil. Así se determina una obra duradera, estimulante, conseguida por un poeta fino, riguroso. De los de verdad.

                                                                                                                                    



 


XARXA D’ARANYA de Melvyn Aguilar Por Zingonia Zingone, Roma, V 2012


Xarxa D’Aranya: telaraña de una araña que busca sus orígenes vagando por territorios conocidos y desconocidos, nombrando lo visible y lo arcano, envolviendo al lector en un tejido complejo de palabras y conceptos; una especie de zoom de una esquina o del centro del mapa que reside en la mente del autor.

Melvyn Aguilar sabe ser esencial en su poesía, midiendo palabras, cortando todo exceso hasta deshuesar el hueso de sí mismo; sin embargo, ama desplazar al lector recurriendo al lenguaje enigmático. Llevándolo hacia las pequeñas cosas que él considera importantes. Pequeñas en sentido agudo, porque el autor bien sabe que en un átomo se resume el universo.

¿Por qué entonces construye una telaraña tan compleja? ¿Por qué juga a las escondidas entre calles cáusticas y mallas febrífugas/hemostáticas? ¿Será eso necesario para demostrar que un elefante sí puede balancearse sobre la tela de una araña?

No lo sabemos.

El libro se abre con la diafanidad de una paloma y toda la transparencia del amor filial. Pero es allí mismo que nacen las dudas sobre el hombre y su actuar terrenal: Un peldaño remonta cada jornada / pero no logra descifrar / en su necio intento / el laberinto que de la tierra / hemos hecho. Afirmación que conduce a la paradoja que el hombre vive a diario.

Paradoja que crece enmarañada entre lo bíblico y lo doméstico, lo casi obvio y lo incomprensible. Si Eugène Ionesco se acogía a lo absurdo para evidenciar lo evidente, lo que el hombre ignora o pretende ignorar, Melvyn Aguilar se acoge a lo ignorado, lo rebautiza y certifica que lo absurdo es lo normal.

Como la ruleta rusa.

Como Xarxa D’Aranya, donde el orden desorientador en el que se suceden los capítulos y las formas poéticas empleadas, es un sello del autor. Es un afirmar (quizá involuntario) que su cámara enfoca el mundo de esa manera.

Pero, Melvyn sabe que la verdad nunca es una sola y mientras la niña duerme que ya desde lo alto, / –como un rayo– / la abeja, en su tránsito de nieve / ha coronado con trigo / tu cabeza, nos recuerda que nada se pierde para siempre, porque en los márgenes / de la luna / apresada está / la memoria / del mundo.

Como en un libro, esa pequeña cosa que debemos recordar. 








XARXA D'ARANYA o el revés del espejo. Por Cristián Marcelo Sánchez


La poesía de Melvyn Aguilar es suntuosa, salvaje, mítica, impecable, fragmentaria, poliédrica; a veces parece una sinfonía; otras veces, el susurro de un fantasma desde el otro lado del espejo.XARXA D'ARANYA ( o pequeñas cosas que deben recordarse) es un poemario que no da cuartel a lector, fuera o alejado de la otra sentimentalidad o de la poesía de la experiencia, se levanta como un dolmen para mostrar los espacios en que las partículas del ser vibran enloquecidas por la cabeza giratoria de un artificio. No hay lugar para inocencia, no hay lugar para la Sra. Cacatúa, para el poeta snob de gafas a la John Lennon, no hay lugar para los niños que experimentan con la realidad del barrio, cuando los barrios han desaparecido y solo queda el vacío mirándonos a los ojos con una sonrisa maliciosa.

XARXA D'ARANYA es la red de una araña trazada sobre las piedras de Nazca, es la araña que renacida transita por las tablillas, los papiros, el papel, los píxeles de las pantallas. Desde la profundidad de MEMORÁNDUM, por los recovecos de DISCURSO DEL TIEMPO, hasta TREINTA PESQUISAS, la poesía tiene otra manera leerse. Nos recuerda que el poema no es solamente una verdad, sino una amalgama de formas clásicas, barrocas, surrealistas, construcción en elipsis, interés por lo raro, lo extraño, de musicalidades sangrantes, y un yo que regresa de las catacumbas.

Melvyn Aguilar es un estilo, y el estilo es el hombre, dicen. XARXA D'ARANYA es un poemario que muestra la maestría del Melvyn, esa maestría que solo logran los genios o los dioses. Sus poemas tienen ese brillo, esa chispa que salta del infierno e inflama el corazón del lector-poeta, del lector-lector. Poemas densos como el aire, como el agua o la luna. El espejo está allí, Melvyn lo sabe, aunque el lector no se haya dado cuenta. Ecinue es Alicia, y Melvyn el conejo o el brujo en un extraño mundo entrelazado infinitamente en las palabras... Con el tiempo se olvidan muchas cosas que deberían recordarse.




martes, 4 de diciembre de 2012

Presentación de "Xarxa D' Aranya" de Melvyn Aguilar, por Alexander Obando

XARXA D’ARANYA

I

La primera impresión que me quedó después de leer Xarxa dá Aranya es la de la asociación con las lecturas ya hechas en algún momento de mi vida como lector. Y esto no se debe a que Melvyn Aguilar haya carecido de creatividad poética, sino a que nuestro cerebro, ya sea por mecanismos propios de su misma entropía, ya sea por ser un viejo hábito cultural, tiende a traernos a colación aquello que ya conocemos y que guarda algún posible parecido con el nuevo material al que nos enfrentamos. En el caso de Xarxa d’aranya el elenco revivido por este viejo cerebro mío ha sido muy particular: la obra de Rimbaud, la de Lautremont y la Saint-John Perse han sido quizás las más notables, sin dejar de lado también la poesía de René Char, y particularmente, la de Eunice Odio.

La reacción facilista a esta primera impresión mía sería decir que Aguilar entonces ha imitado bien a esos autores. Eso sería, repito, la interpretación mezquina de la relación que acabo de señalar. Pero no vayamos a entrar en la mezquindad literaria costarricense porque ya, de hecho, vivimos nadando y haciendo gorgoritos en ella. Entremos, más bien, por la puerta semi oculta del hombre y de su vida.

Para empezar, Melvyn Aguilar Delgado, al igual que doña Rima de Vallbona, no es claro en lo referente a su edad actual. Sabemos que aparece en la escena poética costarricense por allá de 1988 al fundar, junto a Claudio Sánchez y Sergio Barboza, el Anti-Taller-Anti. La broma semántica del título ya expresa claramente el deseo de estos autores de no sumirse de lleno en la hamaca de los sueños trascendentalistas, por un lado, y de tampoco re-instalar la bandera de poesía social utilizada por Jorge Debravo y toda una generación de epígonos nacionales. Aguilar y sus amigos estaban, mejor dicho, a la búsqueda de lago nuevo. Y cabe señalar aquí que el poeta que se compromete con la exploración de lo nuevo, lo diferente, está de hecho haciendo votos de amargura, de trabajo muy arduo y de posible fracaso. Dice el refrán que no hay nada más difícil en literatura que la sencillez… Pues es mentira, porque algo todavía más arduo y espinoso que la sencillez es encontrar una voz propia y que no parezca pose de otras voces. Puede tener ecos y fuertes reminiscencias de otras poéticas, pero en el fondo, debe ser la propia. Y creo que eso es lo que Aguilar finalmente logra con Xarxa d’aranya: un libro nuevo, diferente y propio, que sin embargo se sirve generosamente del mundo poético que lo rodea y transforma ese mundo en sombras y luces de un particular matiz personal.

Como ya señalábamos más arriba, Melvyn Aguilar ingresa al ring literario en 1988 y trabaja en el grupo ya mencionado, hasta que en 1992 se une a David Maradiaga y a otro montón de artistas en el proyecto cultural que llevó como nombre Octubre Alfil-4. Digo que “a otro montón de artistas” porque los que fueran aspirantes al Parnaso costarricense de los 90, no estaban en nada si no estaban trabajando con Octubre Alfil-4. (Por cierto, yo fui uno de esos que no estaba con el grupo… debido a mi horario de trabajo). Cuando yo salía de dar clases a las 8:45 pm me trasladaba rápidamente a la Calle Cáustica para trabajar con el colectivo, pero la etapa de trabajo ya había mutado hacia las correspondientes saturnales de viernes por la noche. Así que mi participación fue más etílica que instrumental en el grupo, más de compa de guaro que de miembro activo.

Pero fue en esas veladas, sin embargo, donde empecé a transar amistad con Melvyn y donde conocí por primera vez su trabajo. Lo único que recuerdo con claridad de esas noches en El Jardín del Pulpo o en Tauros es que el trabajo de Aguilar con su poesía era asiduo y tenaz. Estaba en etapa de formación y consecuentemente mostraba muchas influencias diversas sin dejar salir aún lo particular, lo propio, la marca de origen que todo trabajo literario maduro debe llevar.

Pasaron los años y yo publiqué mi primer libro. Eso y una serie de amigos en común me puso de nuevo en contacto con Melvyn Aguilar. Durante lo primeros tres a cinco años del nuevo siglo era costumbre terminar las saturnales de viernes donde de Melvyn, en un pequeño apartamento contiguo a la casa de Livia Cordero. Ahí conocí más del trabajo poético de nuestro amigo, me enseñó un extenso archivo que guardaba con todo tipo de documentos de y sobre David Maradiaga y también me enseñó a usar un puñal o machete de manera defensiva y ofensiva. ¿Por qué eso y no lecciones básicas de latín o taquigrafía?... No lo sé… “Cosas del guaro”, dice la gente... ¡Misterios báquicos!... diría yo.

Como fuere, mucha de la poesía que leí de Melvyn en esas veladas mostraba un definitivo cambio hacia la madurez poética, pero nada de lo que vi en ese entonces —lo digo con toda sinceridad— me preparó para Xarxa d’aranya.

A estas alturas debo hacer una aclaración importante. Por razones que yo mismo no conozco, no he tenido la oportunidad de leer Territorios Habituales, el primer libro publicado de Aguilar en 2006. Así que toda apreciación mía sobre su obra parte de la lectura de sus textos, tanto publicados como inéditos en los últimos 20 años, con la excepción de Territorios Habituales. Seguimos.

II

El libro que hoy nos convoca está dividido en cuatro partes. Las dos primeras, tituladas Memorándum y Ruleta rusa, son, en opinión de este lector, bastante parecidas entre sí. Quizás las diferencie un poco el tono levemente más exteriorista que encontramos en Ruleta rusa, pero los diez poemas de las dos secciones se caracterizan, en general, por el tono menor y la discreción, algo como la verdad poética apenas susurrada. Además, son poemas que si fuesen narraciones parecerían entonces carecer de final porque hay un punto donde el poeta da la impresión de abandonar cada uno de estos textos a su suerte. Obviamente ese no es el caso y los poemas están bien construidos y terminados, pero esa sensación de efimeridad vibra sobre ellos y nos da la impresión de que el poeta los abandona abrumado —creemos— ya sea por el recuerdo o por la misma nostalgia.

Y si es cierto que hay un dios de las cosas pequeñas, como ha dicho la escritora Arundhati Roy, entonces debe haber también un dios de los poemas menores, los poemas discretos, los que susurran en lugar de gritar, los que son, como señalamos antes, poemas en tono menor: apenas suspiro, apenas sensación contenida. No en balde estos textos tienen como “personajes” a los amigos idos. Son entonces, o más bien, han quedado, como esas sombras del Hades helénico donde no hay dolor ni alegría simplemente porque no hay memoria. Y nace entonces es el papel del poeta: darle a esas sombras continuidad en el mundo de los vivos. Hacer de la memoria un homenaje y una realidad por medio de la palabra.

III

Las últimas dos secciones, llamadas Discurso del tiempo, la tercera, y Treinta pesquisas para el laberinto de Ecinue, la cuarta y final, representan, en mi opinión, el corazón y esencia del libro. Para empezar, son radicalmente distintas a las primeras dos secciones, pues donde aquellas usan sordina y murmullos, las subsiguientes son vivaces, intensas y a ratos hasta electrificantes. Se imponen con la fuerza de lo mítico y lo elegíaco.

Discurso del tiempo retoma formalmente algunos elementos del creacionismo huidobriano al punto que tal intención es anunciada en el prólogo:

Aquí y ahora padre con la rancia navaja de Altazor, en Lincantén desastillo tu olvido de madera…

Toda esta sección del libro asume una fuerte modalidad holocáustica y dolorosa que también nos aporta resonancias del Antiguo Testamento, al menos en cuanto a recursos formales. Y es aquí también donde aparecen similitudes de construcción con la poesía en prosa francesa, particularmente Rimbaud, Lautremont y Saint John-Perse. Esta poesía se muestra vigorosa pero esquiva. No parece haber correlación inmediata entre lo poético y la realidad, pues el hermetismo apenas insinuado en las dos primeras secciones aquí toma cabal fuerza construyendo mundos propios. Aquí llega la poesía de Melvyn Aguilar a un nivel de fuerza épica que, nosotros al menos, desconocemos en su obra anterior.

La sección final, llamada Treinta pesquisas para el laberinto de Ecinue está conformada, efectivamente, por treinta poemas breves en torno a la figura de Eunice Odio, en despliegue dual de creadora y de musa. Pero no solo posee alusiones a la poeta costarricense sino que incluso asume, no sin algo de riesgo, un poco del estilo de Eunice. Poesía evocativa y muy dúctil aunque persiste la inclinación hermética del poeta. Es una especie de canto propiciatorio que con Ecinue, tú lírico, protagonista y diosa invocada, va reconstruyendo el mundo a partir del caos que se vislumbra en las otras secciones del poemario. Esto tiene el efecto de redondear temáticamente la obra y de cerrarla con una suerte de clímax interno.

En conclusión, me parece que Xaxa d’aranya, dada su peculiar naturaleza, será una obra apreciada por muchos escritores y que se constituirá quizás en poesía para poetas, más que poesía para lectores medios. Pero eso, como sabemos, lejos de ser un defecto es una gran virtud.

También es cierto que hay una que otra disonancia o incluso alguna cacofonía digna de reconsiderar en la obra, pero nada de eso va a oscurecer un trabajo cuyos méritos ya son tan evidentes.

Alexánder Obando
La Mirada,
2 de diciembre de 2012.