miércoles, 26 de junio de 2013

Cuarta fecha de "La Casa Tomada"

Les recordamos que mañana jueves, 27 de junio de 2013, será la cuarta fecha de "La Casa Tomada", en la Casa de la Cultura en Heredia, a las 7 pm. Espero nos acompañen, sin temor a la lluvia o pereza, déjese llevar y llegar para escuchar y sentir buena poesía. Les esperamos.



Como antesala, poemas de Gustavo Solórzano-Alfaro y Gustavo Adolfo Chaves.

"Árboles" de Gustavo Solórzano Alfaro
Fotografía de Esteban Chinchilla


Desde esta ventana que vos no sabés que existe puedo ver los árboles en el jardín. Ellos sí que saben cómo enfrentar el día, la lluvia, con sus ramas hechas polvo de tanto batirse contra el viento.

Los árboles de ese jardín no me pertenecen, como tampoco me pertenecen la tierra que los recibe o las aves que los habitan. Nada me pertenece de esos árboles y sin embargo se sienten cercanos, como si una mano se extendiera desde ellos hasta el sillón de caoba donde escribo estos remedos de pinturas modernas.

La ventana con su cortina de tergal es un muro infranqueable entre mis brazos y el jardín. Uno se siente abatido cuando el sol atraviesa las hojas y cae como plomo en el zacate, donde los gusanos de seda tejen su camino desde una mitología que nosotros tampoco ─no habría forma de que así fuera─ sabemos que existe.


PRUFROCK REVISITED de Gustavo Adolfo Chaves


Rather at once our time devour
Than languish in his slow-chapped power.
—Andrew Marvell, “To His Coy Mistress”

Y ahora que nos vamos vos y yo,
cuerpo aún joven y dispuesto,
de esta edad en que la carne es débil,
aprovechemos un día más este sudor escanciado
en axilas y en besos,
mientras no nos preocupe aún la muerte.
No suframos por amar de menos:
cuando llegue por fin el día de ser
un macizo árbol de estaciones
llegará también la paz, si es que existe,
si es que es bueno.
Ya jugamos a que éramos un día sin ocaso
y ahora el amor, que lo remueve todo,
viene a cohibirnos nuevamente con sus tretas.

Y quizá eso explica
porqué sufrimos tanto en este tobogán de días
bajo este sol que, encaminado a la noche,
nos vigila, o en la hora triste en que las sombras
nos secuestran. Cuando nacimos prometimos
cavar nuestro andar en el mundo
y terminamos siendo la trillada hoja en caída.
Pero mirá, cuerpo, ella también se remueve con todo
y al caer la hoja no muere el árbol. Paciencia,
mirá qué bien le hace el otoño a las cosas,
preparando el corazón para el reposo
como una oración aprendida. Haciendo de la vida
un péndulo ligero entre vapores de carne
y maderas de ansia. Un bosque conocido.

Vámonos entonces, y no hagás preguntas necias.

Porque vos y yo sentimos a veces
que la noche es larga. Y que la noche
todo lo envuelve. Y que de día
nunca amanece. A veces
sentimos que los ojos son de humo,
que no nos pertenecen, y que están allí
para dibujar días tristes. Y las manos también:
las manos a veces ni se sienten
(son como alambres rotos—mareas petrificadas)
y no cierran abrazos ni señalan caminos.
Los dedos, adormecidos, a veces
se esconden
y no dan abasto los guantes de la decencia
cuando lo único que queremos es tocarnos.

Y aunque la carne sea lábil
vos y yo debemos preferirla, haciédonos a la idea
de que morir gastados es morir de veras.
Porque qué inofensivo e inútil es el péndulo del cuerpo,
no como lo dibujó Leonardo, abierto,
sino posternado como un tronco caído, militar, sin savia.
Qué inútil te resulta a vos
ver pasar el tiempo y no tratar de romper sus ejes
echándote a rodar por el suelo.
Que no te importe —ni a mí tampoco—
estar solo, si con ello
logramos revertir el miedo.
Para esto nacimos y ahora nos despeñamos,
dejando que la sangre nos lleve un poco afuera,
afuera donde el frío invita a probar
del azar y de los viernes. Eso que llamás vida.
Y, por si acaso, la muerte espera en la otra orilla
como la marea alta y puntual del tiempo,
ansiosa a veces o imposible en otras.

Pero la muerte no es para los que reposan
y se pasan las tardes entre helados y escrúpulos.
La muerte no es para los que vacilan
entre crecer o seguir vivos.
La muerte, en última instancia,
es para los que se raspan los huesos
haciendo acopio de leña por si la noche desciende.

Y descenderá la noche, eso es un hecho.
Y estaremos viejos sosteniendo en la mano
pañuelos inundados en flema. Adormecidos
por tantas voces humanas,
atarantados por calles desiertas.
El café nos hará recordar visitas
o bolsas de papel antiguo, tardes de diciembre.

Seguiremos preguntando qué fue de todo esto
y pensaremos en los cuerpos
en tantos, tantos cuerpos
donde fue nuestra suerte h
haber envejecido.

Vámonos entonces, y no hagás preguntas necias.

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