martes, 11 de diciembre de 2012

Palabras sobre "Cuadernos de Salónica" de Mauricio Molina

Presentamos las palabras de Carlos Cortés sobre el libro Cuadernos de Salónica de nuestro querido Mauricio Molina Delgado. Agradecemos profundamente a Carlos por el texto que leyó la noche de la presentación en la Alliance Française San José, que lo disfruten como nosotros lo hicimos.
Cuadernos de Salónica forma parte de la Colección fin del mundo, adquiéranlo ya.



Cuadernos de Salónica, por Carlos Cortés


El filósofo Bertrand Russell dijo que en su juventud decidió no matarse para aprender matemáticas. Aunque para muchos de nosotros las matemáticas sean una forma de suicidio, para otros son parte de la vida y contienen la explicación secreta del universo, como en la numerología mística o en la cábala. Un soneto -14 versos por 11 sílabas, aunque pueden ser más o menos- representa todos los poemas del mundo y su interminable juego de combinaciones y de posibilidades. Una palabra contiene las demás palabras, sonidos y significados.

¿Las matemáticas pueden abolir el azar? Después de la abdicación de Dios como rey del absoluto, emancipados del destino o incluso de la voluntad humana, con la posmodernidad, ¿solo nos queda el azar como refugio ante la contingencia? Mallarmé, tipógrafo y poeta, al inventar el poema espacial –que se va haciendo a sí mismo mientras se dice y se desdice, se lee y se relee-, con Un coup de dés (“Un golpe de dados jamás abolirá el azar”), es el primero en plantearlo en la historia de la poesía occidental. Un coup de dés está escrito como una partitura musical o un juego de dados. Dibuja en la página un golpe de dados en caracteres tipográficos negros y espacios en blanco, en el mar infinito de todos los indicios, en la variable constelación de probabilidades, y el resultado no está escrito en el papel sino en los ojos improbables del lector.

Mauricio Molina, ajedrecista, mitólogo, ludófilo, coleccionista de símbolos y cabalista reconvertido en estadístico, retoma esta idea en Cuadernos de Salónica mientras hace jugar a la vida una partida de ajedrez, de naipes, de dados o de dominó para entretener a la muerte. Como dijo Derrida de Mallarmé, “el juego es aquí la unidad del azar y la regla, del programa y de su resta o de su exceso”.

Todo es juego, como se nos indica en el epígrafe de Wittgenstein que encabeza el libro, pero es un juego donde está de por medio la vida. “Esto es lo más hermoso que nos quedó de lo más terrible” nos dice Mauricio en el poema “Venecia”, en una de las mejores definiciones de su libro. “Esta es la visión de los diluvios que nos ha quedado” se dice al principio y añade más abajo: “Tal vez fueron los restos de la pestilencia hechos belleza”.

Tiramos las cartas, movemos las fichas o desplazamos las piezas, blancas o negras, igual como Scherezade logra aplazar su ejecución al contar una historia, hasta el día siguiente, en Las mil y una noches, o el caballero cruzado pospone la muerte al jugar ajedrez con ella en la película de Bergman, El séptimo sello.

Pero en realidad ignoramos lo que ocurrirá porque nos está velada la posibilidad de ver el reloj y su cuenta regresiva, la vela a punto de extinguirse que descubre Macario en la caverna de la muerte, en la película mexicana del mismo nombre, que es su propia existencia, entre millones de llamas ardientes que representan otras tantas vidas humanas. Todo está escrito en el Libro, dicen los árabes, pero da igual, ya que no lo sabemos.

Me gusta la poesía de Mauricio por su precisión demorada, no en balde Flaubert compara la lírica a la geometría, en Madame Bovary, y porque parece haber sido escrita con esa rara cualidad órfica que tiene la buena poesía de preexistir, de ser ontológicamente, como si hubiera sido escrita antes de la escritura o de las palabras.

Como en todos sus libros anteriores, libros de otros libros, llenos de intertextos, Cuadernos de Salónica es varios a la vez: es un canto de proclamación de la vida, un breve tratado sobre la fugacidad del tiempo, un juego de probabilidades en torno a la felicidad humana –un golpe de dados jamás abolirá la incertidumbre existencial- y un diario de viajes por Europa, Turquía y, en especial, Grecia.

Los poemas intentan apresar la emoción a través de la memoria. Pero no se trata de recuerdos (“viajeros exhaustos de extraños países”) sino de la transformación de la experiencia subjetiva en una vivencia estética y en un acontecimiento que trasciende el individuo y sus circunstancias particulares. Es decir, en memoria fermentada, decantada por la iluminación poética. Esa es la diferencia, a mi modesto entender, entre un contador de palabras y un verdadero poeta.

Sin embargo, aunque la poesía parezca o quiera ser precisa, la vida está escrita en borradores sucios y se sitúa en la encrucijada entre la realidad y el deseo, la paulatina sensación de pérdida y la intensidad de la nostalgia, la imaginación infinita y el escueto diccionario de sinónimos al que se reducen las intenciones.

¿Cómo apresar, por lo tanto, la esencia de las cosas? “En Velarios” (se nos dice en el poema “Playa”), “una medusa que flotaba entre las olas. Una medusa que flotaba, fluorescente entre las aguas oscuras y luego se perdía en las mareas. Pero una medusa es algo tan difícil de pensar. Aquello que no podemos retener en nuestras manos, ¿cómo podemos siquiera darle un nombre?”

El tiempo le da nombre definitivo a los hechos y siempre es momentáneo, por eso es que la poesía es la percepción de un instante (como el I Ching). La engañosa telaraña de las palabras intenta aprehender lo inaprensible, lo que siente un niño delante del mar, o tres figuras desnudas “dibujando… en la arena”, “como sabios ignorantes que desconocen la llegada del día siguiente” (“Todo lo que entonces nos esperaba y nosotros sin saberlo”), o una mujer asustada bajo una lluvia de asteroides en Cahuita, o “un cuerpo que carece de lugar” en Salónica, y que Mauricio compara con la fragilidad casi intangible del papel.

Sus poemas, sus hermosos poemas están llenos de aviones, barcos, corazones y pájaros de papel que sucumben ante el azar (poema “País”) de su propia ingravidez de origami. ¿La materia, tan provisional y perecedera como nosotros, nos concede algún indicio de inmortalidad?, como se pregunta el poema “Detalles sobre un mueble cualquiera”.

El tiempo y sus nombres son los verdaderos personajes de este libro. El tiempo y cómo se transmuta, poco a poco, en memoria y desmemoria. El tiempo ajedrezado de la segunda parte del volumen, Alfonso el Sabio juega en una mesa, el del sol “que se mueve con la lentitud de los relojes cuando las palomas descansan sus largos viajes”, el de los pájaros (“En las pinturas se quedan descansando suspendidos en el aire como manchas negras”), el de la naturaleza (“El símbolo del tiempo que pasa y del que se queda quieto. La flor es el animal en cloroformo”), el de la lluvia (“Pedazos de relojes oxidados”, “Yo miraba la lluvia con miles de gotas que nunca caían”), el del agua detenida (“un reloj que se derramaba como un lago de hielo”), el de las ciudades de la pestilencia (“Algo suspende el tiempo cuando el tiempo ya no existe”), el de las palabras entre los amigos (“El cielo se convierte en un vagón que lentamente se detiene y deja pasar la noche”). El tiempo perdido y el azar recuperado.

Los dos primeros poemas de Cuadernos..., magníficos ambos, “El año del pulpo” y “Venecia”, revelan esta dicotomía del ser, del arte de existir. De algún modo existimos dejando de existir (“El año del pulpo”, primera parte):


“Entonces entendimos que estábamos perdiendo el tiempo


“Vimos las sombras danzando sin la luz de una hoguera. Oscuridad sobre oscuridad, ardientes silencios de las multitudes ciegas-sordas. Vimos los santos llorar como santos, los demonios claros como amaneceres y los llantos rubios de botellas de cerveza. Todo era claro como la confusión. Partieron las horas y los amigos se fueron como soplos bajo las llamas oscuras y los bosques inmensos y sin flores/


ya éramos felices de ser tristes.”


La condición humana consiste en este carácter de ser para la nostalgia, de ser homo nostalgicus, “felices de ser tristes”, de extrañar lo que siempre estuvo perdido, aunque la única manera de apropiárnoslo, de humanizarlo, es perderlo, extraviarlo en el laberinto de los sentimientos. En el poema “Venecia”, esta perspectiva de lo irremediable se extiende hacia la civilización y la decadencia cultural (“Venecia”).

“Venecia” es tanto una ciudad –carnaval en época de peste, como decía Pushkin- como una memoria de mármol y apocalipsis. En ella todo es juego, todo es pasado, todo es muerte, “y el dominó espera sobre las paredes de un cuarto / a que un golpe de dados descifre tu mensaje oculto de azar”.

En Cuadernos de Salónica, Mauricio accede a un tratamiento más directo de la experiencia. Tres extraordinarios poemas atestiguan esta transición en la que la narración está rigurosamente desprovista de armaduras retóricas para revelar su verdad esencial y su potencia simbólica y conceptual: “Estes Park (Rocky Mountains, Colorado)”, “Skópelos” y “Una plegaria por Thomas Bayes” -.

¿Es posible la felicidad humana? Es un juego de probabilidades, como quería Bayes y parece recordarnos Mauricio con un puñado de versos inolvidables. Como dijo el psiquiatra Ronald Laing en Nudos: “Ellos juegan un juego. Ellos juegan a no jugar un juego. Yo debo jugar el juego de ellos, que consiste en no ver que yo veo el juego”.

Nosotros jugamos un juego y aplazamos la muerte jugándolo. ¿Somos nosotros los que jugamos nuestro juego o alguien más lo juega por nosotros? Para terminar llega hasta mí la desnuda y esplendorosa sencillez de unos versos de “Corazón”: “El tiempo es una mujer que convierte nuestras almas en vino y nuestro vino en agua”), que es una extraordinaria definición de la poesía. Un golpe de dados, que es este libro, en caracteres negros sobre papel blanco, abolirá el silencio.



                                                                        Alianza Francesa, 4 de diciembre de 2012

No hay comentarios:

Publicar un comentario