martes, 4 de diciembre de 2012

Presentación de "Xarxa D' Aranya" de Melvyn Aguilar, por Alexander Obando

XARXA D’ARANYA

I

La primera impresión que me quedó después de leer Xarxa dá Aranya es la de la asociación con las lecturas ya hechas en algún momento de mi vida como lector. Y esto no se debe a que Melvyn Aguilar haya carecido de creatividad poética, sino a que nuestro cerebro, ya sea por mecanismos propios de su misma entropía, ya sea por ser un viejo hábito cultural, tiende a traernos a colación aquello que ya conocemos y que guarda algún posible parecido con el nuevo material al que nos enfrentamos. En el caso de Xarxa d’aranya el elenco revivido por este viejo cerebro mío ha sido muy particular: la obra de Rimbaud, la de Lautremont y la Saint-John Perse han sido quizás las más notables, sin dejar de lado también la poesía de René Char, y particularmente, la de Eunice Odio.

La reacción facilista a esta primera impresión mía sería decir que Aguilar entonces ha imitado bien a esos autores. Eso sería, repito, la interpretación mezquina de la relación que acabo de señalar. Pero no vayamos a entrar en la mezquindad literaria costarricense porque ya, de hecho, vivimos nadando y haciendo gorgoritos en ella. Entremos, más bien, por la puerta semi oculta del hombre y de su vida.

Para empezar, Melvyn Aguilar Delgado, al igual que doña Rima de Vallbona, no es claro en lo referente a su edad actual. Sabemos que aparece en la escena poética costarricense por allá de 1988 al fundar, junto a Claudio Sánchez y Sergio Barboza, el Anti-Taller-Anti. La broma semántica del título ya expresa claramente el deseo de estos autores de no sumirse de lleno en la hamaca de los sueños trascendentalistas, por un lado, y de tampoco re-instalar la bandera de poesía social utilizada por Jorge Debravo y toda una generación de epígonos nacionales. Aguilar y sus amigos estaban, mejor dicho, a la búsqueda de lago nuevo. Y cabe señalar aquí que el poeta que se compromete con la exploración de lo nuevo, lo diferente, está de hecho haciendo votos de amargura, de trabajo muy arduo y de posible fracaso. Dice el refrán que no hay nada más difícil en literatura que la sencillez… Pues es mentira, porque algo todavía más arduo y espinoso que la sencillez es encontrar una voz propia y que no parezca pose de otras voces. Puede tener ecos y fuertes reminiscencias de otras poéticas, pero en el fondo, debe ser la propia. Y creo que eso es lo que Aguilar finalmente logra con Xarxa d’aranya: un libro nuevo, diferente y propio, que sin embargo se sirve generosamente del mundo poético que lo rodea y transforma ese mundo en sombras y luces de un particular matiz personal.

Como ya señalábamos más arriba, Melvyn Aguilar ingresa al ring literario en 1988 y trabaja en el grupo ya mencionado, hasta que en 1992 se une a David Maradiaga y a otro montón de artistas en el proyecto cultural que llevó como nombre Octubre Alfil-4. Digo que “a otro montón de artistas” porque los que fueran aspirantes al Parnaso costarricense de los 90, no estaban en nada si no estaban trabajando con Octubre Alfil-4. (Por cierto, yo fui uno de esos que no estaba con el grupo… debido a mi horario de trabajo). Cuando yo salía de dar clases a las 8:45 pm me trasladaba rápidamente a la Calle Cáustica para trabajar con el colectivo, pero la etapa de trabajo ya había mutado hacia las correspondientes saturnales de viernes por la noche. Así que mi participación fue más etílica que instrumental en el grupo, más de compa de guaro que de miembro activo.

Pero fue en esas veladas, sin embargo, donde empecé a transar amistad con Melvyn y donde conocí por primera vez su trabajo. Lo único que recuerdo con claridad de esas noches en El Jardín del Pulpo o en Tauros es que el trabajo de Aguilar con su poesía era asiduo y tenaz. Estaba en etapa de formación y consecuentemente mostraba muchas influencias diversas sin dejar salir aún lo particular, lo propio, la marca de origen que todo trabajo literario maduro debe llevar.

Pasaron los años y yo publiqué mi primer libro. Eso y una serie de amigos en común me puso de nuevo en contacto con Melvyn Aguilar. Durante lo primeros tres a cinco años del nuevo siglo era costumbre terminar las saturnales de viernes donde de Melvyn, en un pequeño apartamento contiguo a la casa de Livia Cordero. Ahí conocí más del trabajo poético de nuestro amigo, me enseñó un extenso archivo que guardaba con todo tipo de documentos de y sobre David Maradiaga y también me enseñó a usar un puñal o machete de manera defensiva y ofensiva. ¿Por qué eso y no lecciones básicas de latín o taquigrafía?... No lo sé… “Cosas del guaro”, dice la gente... ¡Misterios báquicos!... diría yo.

Como fuere, mucha de la poesía que leí de Melvyn en esas veladas mostraba un definitivo cambio hacia la madurez poética, pero nada de lo que vi en ese entonces —lo digo con toda sinceridad— me preparó para Xarxa d’aranya.

A estas alturas debo hacer una aclaración importante. Por razones que yo mismo no conozco, no he tenido la oportunidad de leer Territorios Habituales, el primer libro publicado de Aguilar en 2006. Así que toda apreciación mía sobre su obra parte de la lectura de sus textos, tanto publicados como inéditos en los últimos 20 años, con la excepción de Territorios Habituales. Seguimos.

II

El libro que hoy nos convoca está dividido en cuatro partes. Las dos primeras, tituladas Memorándum y Ruleta rusa, son, en opinión de este lector, bastante parecidas entre sí. Quizás las diferencie un poco el tono levemente más exteriorista que encontramos en Ruleta rusa, pero los diez poemas de las dos secciones se caracterizan, en general, por el tono menor y la discreción, algo como la verdad poética apenas susurrada. Además, son poemas que si fuesen narraciones parecerían entonces carecer de final porque hay un punto donde el poeta da la impresión de abandonar cada uno de estos textos a su suerte. Obviamente ese no es el caso y los poemas están bien construidos y terminados, pero esa sensación de efimeridad vibra sobre ellos y nos da la impresión de que el poeta los abandona abrumado —creemos— ya sea por el recuerdo o por la misma nostalgia.

Y si es cierto que hay un dios de las cosas pequeñas, como ha dicho la escritora Arundhati Roy, entonces debe haber también un dios de los poemas menores, los poemas discretos, los que susurran en lugar de gritar, los que son, como señalamos antes, poemas en tono menor: apenas suspiro, apenas sensación contenida. No en balde estos textos tienen como “personajes” a los amigos idos. Son entonces, o más bien, han quedado, como esas sombras del Hades helénico donde no hay dolor ni alegría simplemente porque no hay memoria. Y nace entonces es el papel del poeta: darle a esas sombras continuidad en el mundo de los vivos. Hacer de la memoria un homenaje y una realidad por medio de la palabra.

III

Las últimas dos secciones, llamadas Discurso del tiempo, la tercera, y Treinta pesquisas para el laberinto de Ecinue, la cuarta y final, representan, en mi opinión, el corazón y esencia del libro. Para empezar, son radicalmente distintas a las primeras dos secciones, pues donde aquellas usan sordina y murmullos, las subsiguientes son vivaces, intensas y a ratos hasta electrificantes. Se imponen con la fuerza de lo mítico y lo elegíaco.

Discurso del tiempo retoma formalmente algunos elementos del creacionismo huidobriano al punto que tal intención es anunciada en el prólogo:

Aquí y ahora padre con la rancia navaja de Altazor, en Lincantén desastillo tu olvido de madera…

Toda esta sección del libro asume una fuerte modalidad holocáustica y dolorosa que también nos aporta resonancias del Antiguo Testamento, al menos en cuanto a recursos formales. Y es aquí también donde aparecen similitudes de construcción con la poesía en prosa francesa, particularmente Rimbaud, Lautremont y Saint John-Perse. Esta poesía se muestra vigorosa pero esquiva. No parece haber correlación inmediata entre lo poético y la realidad, pues el hermetismo apenas insinuado en las dos primeras secciones aquí toma cabal fuerza construyendo mundos propios. Aquí llega la poesía de Melvyn Aguilar a un nivel de fuerza épica que, nosotros al menos, desconocemos en su obra anterior.

La sección final, llamada Treinta pesquisas para el laberinto de Ecinue está conformada, efectivamente, por treinta poemas breves en torno a la figura de Eunice Odio, en despliegue dual de creadora y de musa. Pero no solo posee alusiones a la poeta costarricense sino que incluso asume, no sin algo de riesgo, un poco del estilo de Eunice. Poesía evocativa y muy dúctil aunque persiste la inclinación hermética del poeta. Es una especie de canto propiciatorio que con Ecinue, tú lírico, protagonista y diosa invocada, va reconstruyendo el mundo a partir del caos que se vislumbra en las otras secciones del poemario. Esto tiene el efecto de redondear temáticamente la obra y de cerrarla con una suerte de clímax interno.

En conclusión, me parece que Xaxa d’aranya, dada su peculiar naturaleza, será una obra apreciada por muchos escritores y que se constituirá quizás en poesía para poetas, más que poesía para lectores medios. Pero eso, como sabemos, lejos de ser un defecto es una gran virtud.

También es cierto que hay una que otra disonancia o incluso alguna cacofonía digna de reconsiderar en la obra, pero nada de eso va a oscurecer un trabajo cuyos méritos ya son tan evidentes.

Alexánder Obando
La Mirada,
2 de diciembre de 2012.

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