Emigrar hacia la Nada es el primer libro de Sebastián Arce, en sus páginas somos testigos de algo: los espacios donde nos toca construir y reconstruir lo que somos, no solo no nos pertenecen, sino que nos sobrepasan y es ahí donde todo, hasta el mismo cuerpo, se transforma en desolación. Y es que no interesa si nos encontramos en una habitación rodeados por tiburones que cortan el filo de la soledad y el vértigo de la noche, nos queda, simple y desesperadamente, salir del espacio que nos toca de este espacio que nos aniquila, nos anula y nos lleva, como recurso contra el miedo y el terror. Entonces, rayar hojas en blanco, amortiguar en el abismo en blanco que se nos lanza como las profundidades de un océano que nos oprime con su falta de oxígeno, aquí el orinal de los dioses se convierte en la metáfora de quien vaga por el desierto, solo. La hoja en blanco es el arma que se enfunda en este libro contra la imposibilidad de la comunicación, el parabrisas de un auto que nos protege y el agua que lo acribilla, de arriba abajo, como la última medición posible de un horizonte que se nos aleja.
Sí, la ciudad es el laberíntico salón en el cual, en vano, esperamos un cuerpo que nos apacigüe el frío asesino de las noches. La ciudad es devastadora aunque no nos angustie, aunque en las páginas de Emigrar… se convierta en una puesta en escena donde nos toca alucinar y ser alucinados, donde el corazón se nos amotina en medio de los desagües y la soledad se convierte en ese doble esquizofrénico que guarda en su gabán la bala que nos espera. El insomnio, los poetas como animales salvajes que golpean mesas, habitan o creen habitar tras ventanas oscuras y, muy en el fondo, se niegan a estrellarse contra una realidad, entendida como una gigantesca pajarera encargada de aprisionarnos, entonces los poetas son una banda de mercenarios que impiden que el tiempo pase sobre sus estancias y los aspire como al resto de los mortales. Porque sí somos un país de ausencias.
Emigrar hacia la Nada es un viaje por los recovecos de la vida, por su angustia, su ironía, por los caños de la desolación y la búsqueda de sentido. Emigrar hacia la Nada es el viaje que todos alguna vez hemos hecho a la raíz de las preguntas, sí, las preguntas sin respuestas. Habitar un cuarto sombrío, despiadado, apilar los restos de uno mismo a la intemperie de una ciudad que no nos pertenece, peor aún, que no nos reconoce. Emigrar hacia la Nada es el viaje iniciático, el barranco, a veces sí, la desolación, pero también la risa, la mordaza que le ponemos a las cosas para que no nos griten, para que no nos pierdan o nos sangren demasiado.
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